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La Fe, respuesta del hombre a Dios que se revela

Febrero 9, 2021

No podemos permitirnos tener una fe de adorno o de etiqueta. El hecho de que muchos cristianos vivan mundanizados hace que sea más difícil comprender y amar la virtud de la fe. Una fe muerta, sin obras, de parte de los miembros de la Iglesia de Cristo, es más deletéreo para la Iglesia que todas las persecuciones externas que la Iglesia pueda sufrir.

La fe no es una iniciativa humana sino respuesta a Dios que se revela. Dios sale al encuentro de la humanidad, convocando a su Pueblo que es la Iglesia. Y a través de la Iglesia Dios sale al encuentro de cada uno de nosotros. Necesitamos prestar mucha atención al “mandamiento cero” de la Ley de Dios: “Escucha Israel”. La fe crece por la acogida confiada e incondicional de la presencia y la manifestación misteriosa, humilde y poderosa de Dios en nuestra vida. “La realidad, en su misteriosa irreductibilidad y complejidad, es portadora de un sentido de la existencia con sus luces y sombras. Esto hace que el apóstol Pablo afirme: “Sabemos que todo contribuye al bien de quienes aman a Dios” (Rm 8, 28). Y San Agustín añade: Aun lo que llamamos mal (etiam illud quod malum dicitur). En esta perspectiva general, la fe da sentido a cada acontecimiento feliz o triste. Entonces, lejos de nosotros el pensar que creer significa encontrar soluciones fáciles que consuelan. La fe que Cristo nos enseñó es, en cambio, la que vemos en San José, que no buscó atajos, sino que afrontó “con los ojos abiertos” lo que le acontecía, asumiendo la responsabilidad en primera persona.” (Patris corde, Papa Francisco, 4)

Desde el comienzo de la Creación Dios se revela al hombre mediante su obra. Podemos hablar de una verdadera revelación natural de Dios, accesible a todos y en todo momento. La fe sobrenatural, que supera el conocimiento natural de Dios, no puede enraizarse en el alma de alguien que niega la evidencia, maltrata la verdad, manipula el bien común... en definitiva no puede enraizarse en un alma soberbia que se cree como dios (cf Gn 3, 5).

Pero Dios, que quiere que todos se salven, nos habla también por medio de su Hijo, de una manera sobrenatural (cf. Heb 1, 1-2). “En darnos, como nos dio, a su Hijo, que es una Palabra suya -que no tiene otra-, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra.” (Subida del monte Carmelo, San Juan de la Cruz, Libro 2, cap. 22, núms. 3-4).

La fe crece a través del encuentro cotidiano con Cristo en la oración y el trabajo, en la lectura de la Palabra de Dios, en la acogida de los dones del Espíritu Santo, en el misterio de la Iglesia y los signos humildes y pobres del Reino de Dios. Lo tenemos todo para tener una fe que mueve montañas. Cada día el Señor sale a nuestro encuentro para suscitar en nosotros una fe más perfecta. Para Él “un día es como mil años” (2Pe 3, 8). El Señor no se deja ganar en generosidad y cada día es una sorpresa infinita para quien acoge el don de la fe y la cultiva con humildad y fidelidad.

Para la vida: “Pon los ojos sólo en él, porque en él (la Palabra, que es mi Hijo) te lo tengo todo dicho y revelado, y hallarás en él aún más de lo que pides y deseas. (...) El que me preguntase (...) y quisiese que yo le hablase o algo revelase, (sería) en alguna manera perdirme otra vez a Cristo, y pedirme más fe, y ser falto en ella, que ya está dada en Cristo. Y así, haría mucho agravio a mi amado Hijo, porque no sólo en aquello le faltaría en la fe, mas le (obligaría) otra vez a encarnarse y pasar por la vida y muerte primera. No hallarás qué pedirme ni qué desear de revelaciones o visiones de mi parte. Míralo tú bien, que ahí lo hallarás ya hecho y dado todo eso, y mucho más, en él.” (Subida al Monte Carmelo – San Juan de la Cruz)

Para la oración: ““¡Vengan, subamos a la montaña del Señor, a la Casa del Dios de Jacob! El nos instruirá en sus caminos y caminaremos por sus sendas” Porque de Sión saldrá la Ley y de Jerusalén, la palabra del Señor.” (Is 2, 3) Vamos a subir al monte del Señor. Viene el Mesías, el Cristo; cuando venga, nos hará saber todas las cosas.