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SIENDO RICO, SE HIZO POBRE POR NOSOTROS”

ENE 21, 2022

P. Guido Anthony Huamán Huillca, msp (diácono peruano)

 

Comienzo recordando las palabras de San Pablo: «Pues conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza» (2 Cor 8, 9). El Apóstol se dirige a los cristianos de Corinto para alentarlos a ser generosos y ayudar a los fieles de Jerusalén que pasan necesidad.

Pero tenemos que partir de la gracia de Cristo, como dice la Escritura: porque ya conocen la gracia de nuestro Señor Jesucristo, Pablo enseña un modelo, el mejor ejemplo, donde da una lección de lo que es dar por gracia, sabiendo que Cristo no se manifiesta mediante el poder y la riqueza, sino mediante la debilidad y la pobreza. Por amor se hizo pobre, la expresión se hizo pobre viene del griego φτωχός “Ptojeúo” que significa ser mendigo, quedar indigente y, en sentido figurado, hacerse pobre. Es en este contexto que Pablo explica cómo Cristo se humilló, se despojó de sí mismo; teniendo todo poder, autoridad, soberanía, gloria, honor y majestad dejó su lugar propio con Dios, y en obediencia al Padre tomó forma humana, muriendo en la cruz de una forma terrible, para ocupar el lugar que merecíamos, para que nosotros, con su pobreza, fuéramos enriquecidos. Las riquezas que aquí enseña Pablo no tienen que ver con lo material, sino que habla de riquezas espirituales, dones, bendiciones, habla de ser ricos con la salvación, el perdón, el gozo, la paz, la gloria y el honor; se refiere a ser coherederos con Cristo.

¡Qué gran misterio la Encarnación de Dios! La razón de todo esto es el amor divino, un amor que es gracia y que no duda en darse y sacrificarse por las criaturas a las que ama.

La finalidad de Jesús al hacerse pobre no es la pobreza en sí misma, sino —dice San Pablo— «...para enriqueceros con su pobreza».

¿Qué es, pues, esta pobreza con la que Jesús nos libera y nos enriquece?

La pobreza de Cristo con la que nos enriquece consiste en el hecho de que se hizo carne, cargó con nuestras debilidades y nuestros pecados, comunicándonos la misericordia infinita de Dios. La pobreza de Cristo es la mayor riqueza: la riqueza de Jesús es su confianza ilimitada en Dios Padre, es encomendarse a Él en todo momento, buscando siempre y solamente su voluntad y su gloria.

La riqueza de Jesús radica en el hecho de ser el Hijo; su relación única con el Padre es la prerrogativa soberana de este Mesías pobre. Cuando Jesús nos invita a tomar su “yugo llevadero” nos invita a enriquecernos con esta “rica pobreza”.

Dios se hizo niño entre nosotros, abrazando la pobreza de sus padres y rechazando la riqueza y el poder de los hombres. Un pequeño niño en los brazos de las dos personas más queridas de la creación: José y María, es esa su gran riqueza, una hermosa y acogedora familia, el tesoro más preciado que una persona pueda tener. En esa noche de Belén el misterio del amor de Dios se hizo carne en Jesús, la ternura de un niño y la omnipotencia celestial se fundieron en la persona de Dios Hijo.

La miseria material es la que habitualmente llamamos pobreza y toca a cuantos viven en una condición que no es digna de la persona humana: privados de sus derechos fundamentales y de los bienes de primera necesidad como la comida, el agua, las condiciones higiénicas, el trabajo, la posibilidad de desarrollo etc. Frente a esta miseria la Iglesia, por medio de sus miembros misioneros, ofrece su diaconía (servicio) para responder a las necesidades y curar estas heridas que desfiguran el rostro de los pobres.

En los pobres y en los últimos vemos el rostro de Cristo; amando y ayudando a los pobres amamos y servimos a Cristo.

Cuando el poder, el lujo y el dinero se convierten en ídolos, se anteponen a la exigencia de una distribución justa de las riquezas. Por tanto, es necesario que las conciencias se conviertan a la justicia verdadera, a la igualdad, a la sobriedad y al compartir. No es menos preocupante la miseria moral, que consiste en convertirse en esclavos del pecado. ¡Cuántas familias viven angustiadas porque alguno de sus miembros —a menudo joven— tiene dependencia del alcohol, las drogas, el juego o la pornografía! ¡Cuántas personas han perdido el sentido de la vida, están privadas de perspectivas para el futuro y han perdido la esperanza! Todo esto es porque no han descubierto el gran amor que Dios nos tiene, no han experimentado ese amor infinito y misericordioso que Dios tiene con sus hijos; tal es ese Amor que no le importó dejar su gloria y venir a rescatarnos de la muerte.

Esta forma de miseria siempre va unida a la miseria espiritual, que nos golpea cuando nos alejamos de Dios y rechazamos su amor. Si consideramos que no necesitamos a Dios, que en Cristo nos tiende la mano, porque pensamos que nos bastamos a nosotros mismos, nos encaminamos por un camino de fracaso. Dios es el único que verdaderamente salva y libera.

Nosotros, como Misioneros Siervos de los Pobres, buscamos, a ejemplo de Cristo, reparar esta miseria espiritual tan extendida en el mundo. Por eso estamos entre los pobres para que ellos comprendan que Cristo vino por ellos de forma preferencial y a enseñarles también que Cristo fue pobre como nosotros. Por eso, el Misionero Siervo de los Pobres tiene que ser un testigo de la resurrección y nunca tiene que mostrar tristeza en su rostro. Ser testigos de la resurrección no significa evadir la cruz, como muchos piensan, sino todo lo contrario, abrazar la cruz, no como una carga sino como el puente que nos lleva a la Sabiduría, como dice la Imitación de Cristo (nuestra regla): “verdaderamente es sabio el que hace la voluntad de Dios, y deja la suya”. Llevar la cruz no significa hacerlo con tristeza, al contrario, significa hacerlo con alegría, sabiendo que en ella está mi Salvación: “toda la vida de Cristo fue cruz y martirio, y ¿tú buscas para ti descanso y placer? Te equivocas si buscas otra cosa que no sea el sufrir por Cristo” (Imitación de Cristo).

Los Siervos de los Pobres aceptamos plenamente la enseñanza de la Iglesia y estamos convencidos de que la falta material de los pobres es consecuencia de su miseria espiritual. Por eso nosotros, como Misioneros Siervos de los pobres, intentamos dar todas nuestras fuerzas para multiplicar la presencia de Cristo eucaristía entre los más pobres y al mismo tiempo transformarnos en pan partido para los más pobres. Nosotros, Siervos de los Pobres, sabemos que la mayor pobreza y miseria no es tanto la falta de lo material, sino que lo que hace pobre al pobre es la falta de conocimiento de Cristo. El gran problema de la pobreza tiene su raíz en el pecado, y la solución es, ante todo, que reine en nuestros corazones el amor de Cristo; esto quiere decir transformar antes nuestro corazón, para luego poder cambiar el corazón de los demás.

Pobres somos todos los hombres y los más pobres entre los pobres son los que no conocen a Dios. El verdadero cristiano es el que se entrega a la voluntad de Dios sin condiciones… y como modelo más acabado de Pobreza es María cuando dijo “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38) El desprendimiento y el abandono son las alas de todo cristiano, con las cuales se eleva a Dios, por lo que nuestra preocupación es dar gloria al Señor Jesús.

Ahora una pregunta que todos nos debemos hacer: ¿Cómo hacer sitio a la pobreza en nuestra vida? En primer lugar, ayudando a los pobres a calmar de alguna manera su pobreza forzada, pobreza que les destruye. Y, en segundo lugar, amando la pobreza, entendida como virtud: la virtud que nos ayuda a desprendernos de los bienes materiales para que así no se adueñen de nuestra alma.

Jesús tenía un amor especial por los pobres a quienes alabó en su Sermón de la Montaña y en su Parábola del Juicio Final, hasta tal punto que dijo que nuestra salvación dependerá de amar y compartir con los pobres y necesitados.

El seguidor de Cristo, es decir, el cristiano, está llamado a ser pobre de espíritu como condición de verdadero discípulo. La pobreza de espíritu implica rechazo de las cosas materiales, un estilo sencillo de vida, y solidaridad con los pobres. Implica, además, la gracia de reconocer a Jesús en los pobres, los que sufren y los abandonados por los caminos de la injusticia, la violencia y el odio. El Catecismo de la Iglesia Católica nos avisa: “Nuestro Señor nos advierte que estaremos separados de Él si omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y de los pequeños que son sus hermanos” (CEC 1033).

Alguna vez escuché decir que la riqueza de la Iglesia son los pobres pues “no será San Pedro quien te abra las puertas del cielo. Será Jesús presente en el pobre que tú ayudaste”. Todos conocemos muy bien las palabras de Jesús: “Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber...” Y le preguntarán: pero cuándo, Señor, te vimos hambriento o sediento y te socorrimos”.  Él les responderá: “Os aseguro que lo que hiciste a uno de mis hermanos pequeños a mí me lo hiciste” (Mt 25, 34-40).