Testimonio Hna. Giovanna Veronika Naveda Pinto

“El Señor me guardó como a las niñas de sus ojos” (prov. 17, 8)

Ingresé en el hogar “Santa Teresa de Jesús” desde los tres días de nacida. Soy huérfana de padre y madre. Gracias a Padre Giovanni que fundó el hogar, he podido tener una nueva familia, pero sobre todo de poder conocer desde muy pequeña al Señor. Esta situación ha hecho cumplir la frase de Jesús: Dejad que los niños vengan a mí”. (Mat. 19, 14) 

Padre Giovanni al ver el sufrimiento de muchos niños pobres y abandonados, víctimas de todo tipo de marginación, hizo todo para ayudarlos y darles una vida conforme a la dignidad de Hijos de Dios y el Señor quiso que yo participara en este plan misericordioso, para preservarme de cualquier peligro y guardarme solo para Él.

“Recuerdo cuando recibí el sacramento del Bautismo, siendo aún muy pequeña, sentí que me llevaban en brazos y vi que del templo salía una luz y que sus rayos penetraban todo mi ser, pienso que el Señor ya me estaba preparando mi camino”

Padre Giovanni siempre nos hablaba del sufrimiento de los pobres; yo pensaba en crecer pronto para trabajar y ganar mucho dinero y comprarme un auto grande y así poder recoger a muchos niños pobres que sufrían y traerlos conmigo al hogar, para que también tengan ellos la oportunidad que yo tuve. Hasta los 6 años edad aún no había hermanas, solo había personal de trabajo, también venían voluntarias para ayudarnos, pero se iban y dejaban una herida en mi corazón porque solo se quedaban por uno o dos años, pero con el tiempo me di cuenta que el Señor lo quería así, aunque en aquel momento era muy difícil aceptar para mí. 

Hna. María llego de Polonia, como candidata, ella fue la primera persona que permaneció con nosotras, fue quien nos enseñó muchas cosas, sobre todo a las niñas mayores que crecimos juntas, realmente hermanas de corazón, cada una con un problema distinto, pero esto nos enseñó a vivir unidas en todo. 

“Solo el tiempo nos hará comprender lo que es Amar”

En mi niñez también muchas veces pensé en casarme y tener muchos hijos, educarlos en el santo temor de Dios y formar una familia santa, pero también, en mi corazón, no dejaba de latir el deseo de entregar mi vida a Jesús como religiosa.

 Mi vida transcurrió feliz, entre juegos y risas, siempre al lado de personas generosas, que con el tiempo algunas de ellas llegaron a ser religiosas como yo. Realmente vi crecer el Movimiento sobre todo la pequeña comunidad de las hermanas que día a día se estaba formando y fortaleciendo de muchas jóvenes generosas dispuestas a entregarse de una manera particular a los pobres, llenando en nosotros lo que no habíamos tenido y es así que recibí a Jesús por primera vez el día de mi primera comunión, fue Él, quien llenó mi corazón. A partir de ese día me fue fortaleciendo como el crisol en el fuego. Ese día tan especial en el que Jesús mira y atiende de manera especial a las almas pequeñas e inocentes, le pedí con todo el corazón de poder consagrarme y permanecer siempre en la inocencia, es por eso que le pido a la Virgen María cada día que me ayude a conservar esta gracia.

Recuerdo que, a los 8 años de edad, durante las vacaciones largas, fuimos con las hermanas de misión al pueblo de Huancarani. Dormimos en una casa que nos prestaron, sin baño, sin luz, sin ninguna de las comodidades que teníamos en el hogar. Pude ver y palpar, la pobreza de los pobres que día a día enfrentaban, esta vivencia. Fue lo que marcó mi vida misionera, preguntándome: “Yo en el hogar soy feliz nada me falta, quisiera también darme a ellos como misionera”. Mi vocación fue fortaleciéndose con la lectura de la vida de los santos impulsándome a buscar a toda costa la santidad.  

Faltando 4 o 5 meses para terminar mi secundaria notaba que mis compañeras de colegio, tenían grandes planes para estudiar, tener mucho éxito y triunfar en la vida. Yo en cambio, solo pensaba en consagrarme por entero al Señor y servir a los pobres. Quería dar lo mejor de mi vida, para devolver con gratitud lo que Señor hizo por mí: “AMOR CON AMOR SE PAGA”. 

"Mi principal deseo es ayudar a muchos niños y jóvenes a buscar en primer lugar la santidad en las pequeñas cosas de su vivir de cada día"

"La oración siempre fue el centro de mi vida y es el único medio que me ayudó y me ayuda a afrontar las dificultades de la vida"

“Por fin llegó el día de decir Sí, al Señor”

Cuando tenía 16 años ingresé como postulante a la comunidad de las hermanas “Misioneras Siervas de los Pobres” sabía que estaba iniciando una nueva etapa en mi vida y prepárame para ser misionera. 

No niego las dificultades, defectos y limitaciones que mi persona tiene, es por eso que el Señor por su gracia me llamó a su viña para continuar en su obra salvadora. Por eso, Le agradezco siempre por protegerme de muchas cosas y de permanecer en la gracia de Dios. Recuerdo un sueño que tuve: “Yo quería conocer el infierno, pero no podía entrar, unos de los diablillos me dijeron: “No soportamos la inocencia de tus ojos”. Esas palabras bastaron para permanecerle fiel al Señor en mi vida. 

La oración siempre fue el centro de mi vida y es el único medio que me ayudó y me ayuda a afrontar las dificultades de la vida, es en ella del que cada día se alimenta mi alma. 

Siendo religiosa, estudié para maestra, me gradué, en Educación Primaria y en Educación Religiosa y no me arrepiento de ser educadora, aunque a veces es un poco difícil pero no imposible ya que es muy necesario la paciencia y el amor, me gusta recordar las palabras del P. Marcelino Champagnat “Para educar hay que amar” hermosa frase que conocí en la universidad. Como educadora mi principal deseo es ayudar a muchos niños y jóvenes a buscar en primer lugar la santidad en las pequeñas cosas de su vivir de cada día.

Siempre estaré agradecida con el Señor, porque nunca me ha dejado, al mismo tiempo agradezco de todo corazón al movimiento, en él nací y crecí para la vida divina.

Ahora soy Hermana de votos perpetuos y sigo por la gracia de Dios perseverando en este camino, sobre todo tengo la dicha de ver a muchos niños que al igual que yo o con otras situaciones, tienen esta oportunidad de vivir en esta familia y poder conocer a Dios desde su temprana edad.

Me pongo en las manos de la Virgen María y del ángel de mi guarda, para que en todo momento sea fiel a Jesús quién me llamó para servirle en medio de los pobres.

“Para educar hay que amar”